
FELIPA
Felipa es uno de los personajes que suscita las opiniones más controvertidas.
En las serranías cuyanas que limitan con la provincia de Córdoba, junto a la antigua vereda de una calera activa en tiempos del Virreinato, levantaron sus modestos ranchos los trabajadores, y quedó emplazado el paraje que llamaron Punta Brava por el clima ventoso y el terreno bastante escarpado. Ahí nació Felipa Domínguez, hija de un fletador, hijo de mineros.
Pocos comprenden los motivos de los actos de Felipa a lo largo de la historia de Sierras de Fuego.
Felipa es uno de los personajes que suscita las opiniones más controvertidas.
En las serranías cuyanas que limitan con la provincia de Córdoba, junto a la antigua vereda de una calera activa en tiempos del Virreinato, levantaron sus modestos ranchos los trabajadores, y quedó emplazado el paraje que llamaron Punta Brava por el clima ventoso y el terreno bastante escarpado. Ahí nació Felipa Domínguez, hija de un fletador, hijo de mineros.
Cuando don Jacinto Algañaraz, el único hijo de sus fallecidos patrones, volvió a sus pagos recién casado, para convertirse en el Comisario de la región, Felipa seguía siendo ama de llaves en la Estancia La Cortejada. De a poco pasó a ser la dama de confianza de su nueva patroncita, la hermosa Angélica Meijides de Algañaraz.
Pocos comprenden los motivos de los actos de Felipa a lo largo de la historia de Sierras de Fuego.
Si nos internamos en su historia, tal vez podamos amarla y comprenderla, sin dejar de apreciar lo incorrecto de su proceder en más de una ocasión.
De paso, haremos el buen ejercicio de “rechazar” las malas obras -si fuere el caso- y no a la persona que las comete.
Algo que para la mayoría es difícil y hasta imposible de imaginar.
Aún así, intentaremos llegar al corazón y a los intensos motivos que Felipa tiene para ser y hacer como la conocemos.
En su adolescencia, Felipa se desilusionó muy pronto de su amado Ovidio, el actual capataz de la Estancia del comisario Algañaraz. Él le había pedido que se le conservara “purita” hasta el casamiento, que celebrarían cuando él volviese de trabajar en el campo de unos parientes, con lo que juntaría el dinero suficiente. Sin embargo, Ovidio volvió muy pronto y con una “china preñada” - según las palabras que la misma Felipa utiliza - a pedirle perdón por su falta. Además de perdonarlo, ella le consiguió casa y trabajo en la estancia de sus patrones.
Ovidio permaneció allí con su esposa –porque tuvo que casarse como Dios manda- y con sus tres hijos. Es el capataz de la estancia La Cortejada y el hombre de mayor confianza del comisario.
Según ella misma confiesa, sufrió mucho por ese amor que la traicionara, y estaba “hecha una hilacha”, con el corazón destrozado y sin consuelo, hasta que recurrió a la bruja de la sierras, La Mantís, a que le curara el “mal de amor”
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La Mantís |
Aquí comienzan los primeros cuestionamientos sobre el comportamiento de Felipa.
¿Por qué recurrió a la hechicera y no al sacerdote?
¿Por qué recurrió a la hechicera y no al sacerdote?
Según su propio relato, nunca había entendido bien a los curas, y “las cuestiones del pecado y el no pecado”, porque la mayor contradicción se le presentó con Ovidio.
En su vivencia, por haberse mantenido casta y para casarse según los Mandamientos, otra mujer, que no tenía tantos valores espirituales, le había quitado a su novio.
En su experiencia juvenil, en su cultura de chica de campo que apenas aprendió a leer y a escribir… ¿cómo reflexionar, cómo discernir valores en tan dolorosa situación?
Al igual que tantos de nosotros que andamos ocultamente desengañados por la vida, Felipa anduvo sobreviviendo a un trágico drama de amor con muy pocos años para elaborarlo.
Con su decepción a cuestas, quedó trabajando en La Cortejada, al servicio de sus patrones, como único interés y ocupación, hasta que aparece en su vida la esposa de don Jacinto, la señora Angélica.
Entablan una íntima amistad, y ella le entrega a su pequeña Magdalena, antes de morir a los pocos días de darla a luz.
Recién allí aparece el sentido de su vida: cuidar a Magdalena. Debe serle fiel a su patrona, debe cumplir su promesa de cuidarle a la hija, debe ser madre de la niña hermosa que el destino le depositó en los brazos. Tuvo que ser madre, sin haber podido ser novia y esposa.
¡Tantas veces malcriamos a hijos y nietos, y tal vez no vivimos ni la mitad de las frustraciones de Felipa!
Si ampliamos todavía más la mirada sobre las circunstancias de su vida, la oiremos aludir varias veces a la pena de amor que llevó a su Señora Angélica a morir por tristeza y debilidad después del parto. Por un lado, el trato rígido de su marido, y por otro el haber mantenido un amor oculto con alguien con quien no pudo contraer matrimonio.
Recordemos que cuando Felipa lleva a Magdalena a ver a La Mantís, su intención es que a la chica no le ocurra lo mismo que les había pasado a ella y a su madre: no poder estar con el hombre que amaban.
Felipa quiere “cortar la racha”. Quiere a su Niña nadie la haga sufrir de amor. Quiere verla feliz. Quiere que logre lo que ni ella ni su señora pudieron. Quiere que nadie se interponga en su felicidad.
Claro que los medios que utiliza, los argumentos que ofrece y las consecuencias de sus planes, son absolutamente perjudiciales para la formación de Magdalena y su destino.
Cuando Felipa arremete contra Florinda - la entrometida sin intención - entre Magdalena y Aureliano, no lo hace por odio hacia Florinda misma, sino hacia cualquiera que hubiera molestado la felicidad de su protegida.
Felipa no odia porque es malvada, odia al objeto de sufrimiento de su amada Magdalena.
Que comprendamos ésto no significa que la justifiquemos.
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Con don Ovidio y la peonada |
Una mujer sabia podría haberle enseñado a la jovencita enamorada a renunciar a lo que no le conviene.
A aceptar que no puede controlar los sentimientos y el proceder de
los demás.
A esperar que aparezca en su camino un hombre que verdaderamente la ame y la merezca.
A mostrarle que si Aureliano estaba interesado en otra mujer, era simplemente porque no estaba suficientemente interesado en ella.
Podemos preguntarnos si existen hoy día suficientes mujeres sabias que no reaccionen como Felipa cuando “la Niña de sus ojos” sufre alguna frustración.
Si llegamos a esta reflexión, Felipa ha cumplido su misión. Felipa nos ha mostrado que sobreproteger y consentir a los niños que amamos nunca conduce a algo bueno.
Pero Felipa no nos deja esta imagen de mujer ignorante, herida, confundida y mala.
¡Todo lo contrario!
Como sucede con muchos que se enfrentan con la desgracia que atrajeron hacia los que más aman, ella pronto comprende que algo falló.
Comienza a vislumbrar que no tomó las mejores decisiones cuando contempla a Magdalena, embarazada de pocas semanas, compartir la mesa con su padre y con el maestro Maurage.
Acaba de comprobar que Aureliano no la ama, que don Jacinto ignora lo que sucede, y que el músico, sólo por caballero, se ha ofrecido a designarse como el padre del hijo por nacer cuando ya no pueda ocultarse más la terrible situación.
Aún en su tristeza, Felipa se conforma con que, al menos, Magdalena tendrá un hijo de Aureliano y logró que él fuera suyo, aunque más no fuera por unos días.
Poca ganancia para tanto costo, podemos decir con razón.
Es verdad.
Por sacarnos el gusto de algo ¡cuántas veces nos endeudamos moral o materialmente!
Por sacarnos el gusto de algo ¡cuántas veces nos endeudamos moral o materialmente!
Pues si a nosotros nos sucede, ¿por qué no pudo sucederle a Felipa?
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Que Magdalena sufra, es lo único que Felipa quiere evitar y consigue todo lo contrario... |
La conciencia completa de que sus planes fracasaron le viene cuando se entera que Aureliano se casó con Florinda y ni piensa reconocer al niño que Magdalena lleva en el vientre.
¿Quién pudiera medir con cuánto odio y frustración va a llevarle la noticia a Florinda?
¿Es por Florinda? Creemos que no. ¡Si apenas la conoce!
Su acto de maldad no puede dar fruto de beneficio.
Ya no hay nada más que se pueda conseguir para el bien de Magdalena.
Solamente le queda estropear la felicidad ajena, y así lo hace.
Para vengarse de Aureliano. Por el enojo que le produce ver que sus estrategias no resultaron efectivas para torcer el corazón del gaucho a favor de su Niña.
Para que ninguna mujer sea feliz con él si no puede serlo su Magdalena.
Para que ninguna mujer sea feliz con él si no puede serlo su Magdalena.
Con este acto de sorprendente perversidad hacia Florinda, Felipa logra mucho más que empañar su felicidad de recién casada. Logra matarla.
¿Sabía ella eso de antemano? ¡Claro que no!
¿Quién conoce a ciencia cierta las consecuencias de un acto de maldad conciente?
Nadie. Simplemente lo hacemos, guiados por el odio e imaginando que va a causar un perjuicio determinado.
Tendríamos que saber que una mala obra, produce efectos en cadena que jamás podremos medir. Lo único que puede consolarnos es que el Bien genera lo mismo y más, por ser su naturaleza lo que coincide con la esencia misma de las leyes de la vida.
Cuando Felipa contempla a Florinda muerta, cae de rodillas, sin poder pronunciar palabra, y luego permanece encerrada varios días en su habitación.
Sin embargo, Magdalena la necesita y vuelve a salir a la vida.
En el momento en que la vida de Magdalena peligra por la locura emocional de su propio padre, Felipa percibe la desgracia y da un giro completo a sus intenciones. Se ofrece a cambio de la felicidad de su hijita adorada.
Ese Ofertorio es lo último que ella se siente capaz de hacer. Lo único que le queda por jugarse. Lo único que sabe que puede surtir verdadero efecto.
Felipa suplica al Cielo dar su vida por el bien de Magdalena, y Dios la oye.
Para nuestro asombro y contrariedad, Dios la oye.
Después de tantos errores, maldades y patrañas… ¡Dios la oye!
Después de tantos errores, maldades y patrañas… ¡Dios la oye!
¿Acaso nos cuesta creer en la misericordia del cielo para con los culpables?
Si llegamos a esta otra pregunta, Felipa ha cumplido su misión con creces.
Felipa no muere porque es mala. Podrían haberla asesinado igual mientras huía, o mientras peleaba, o mientras discutía, o mientras intentaba defender a su Niña.
Sin embargo, muere mientras reza, ofreciendo lo único de valor que tiene.
Muere consciente de que venían a matarla. Muere sin querer escapar ni defenderse.
Muere con la fe de que su vida tiene un valor que nada puede menguar. Ni siquiera sus errores.
Muere consciente de que venían a matarla. Muere sin querer escapar ni defenderse.
Muere con la fe de que su vida tiene un valor que nada puede menguar. Ni siquiera sus errores.
Este acto último y secreto de su vida es lo más bello que Felipa nos muestra en toda la historia. Este ofrecimiento total es lo único que vale lo suficiente para redimirla.
Sería muy bueno que cualquiera de nosotros pudiera aprovechar así las oportunidades que nos son dadas para ser mejores y reparar.
Tal vez a algunos, Dios les aceptará prontamente sus vidas, sustrayéndolos del mundo de los vivos.
A otros,, nos dejará en el mundo para que ofrezcamos a cada instante esa vida que le prometimos en un momento de profunda conciencia.
Gracias, Felipa, por habernos llevado por tantos caminos…
*Voz de Felipa en la Radionovela: Sra. Alicia Marali.
DON OVIDIO
Don Ovidio es el capataz de la Estancia la Cortejada.
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Don Ovidio y los peones de la Estancia |
El hombre de mayor confianza de su dueño, el Comisario don Jacinto
Algañaraz.
Ovidio tiene la capacidad de
aparecer en los momentos más
impensados, y adentrarse en los conflictos más que los propios protagonistas.
Cada vez que hay una situación crítica, aparece él con su sabiduría, prudencia y valentía.
Después de doña Rosa Ugarte y Rivera, es el personaje más probo y derecho de la historia.
Cristiano de ley, buen padre de familia, buen capataz, buen hombre.
Por donde lo sorprendamos, su conducta es justa y reservada.
No por nada es como hermano del indio, hijo de Tehuén Chekó.
Desde el comienzo de la historia lo escuchamos en conversaciones con Felipa, y pronto nos enteramos que fueron novios en su primera juventud. Con promesas de casamiento rotas por un desliz de él, que lo obligaron a formar familia con otra mujer.
Este es, tal vez, el único pecado –si así podemos llamarlo- que le conocemos al capataz de don Jacinto.
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El frente de la Estancia La Cortejada |
Que don Ovidio y Felipa hayan respetado las circunstancias y se haya mantenido cada cual sin transgredir las fronteras de las leyes morales del matrimonio de él y la soltería virginal de ella, no quiere decir que el amor entre ellos haya terminado.
El amor entre las personas mayores no es algo que aceptamos fácilmente.
Muchos suponen erróneamente que el amor es cosa de jóvenes.
Para venir a desmitificar este asunto, viene don Ovidio, cuyo amor hacia Felipa se percibe a cada momento: porque no le pregunta motivos, porque le concede los
favores que ella le pide, porque la tiene siempre bajo su vista, porque cuida a Magdalena como a su propia hija -más porque Felipa ama a esa señorita, que por haberla visto nacer.
La bravura con que el capataz amenaza a Aureliano, el amor oculto de Magdalena, es descollante en su proceder en la historia.
Acaba de verlos besarse en la glorieta de la estancia, y por no delatar la mentira de su patroncita ante su prometido y su padre, arremete con todo lo que puede contra el varón responsable de la deshonra: Aureliano Leguizamón.
Sin embargo, la amistad que el joven tiene con don Jacinto, por ser su hermana Mercedes amiga y consentida de don Algañaraz, también le impide acusarlo. Eso pondría de manifiesto la ignorancia de su patrón sobre el asunto, para nada aceptable en un Comisario de la Nación.
El respeto por la dignidad de los otros, es lo que mide la conducta de tan noble capataz.
De haber sido por él, lo hubiera corrido al gaucho antes de que causara problemas. Sin embargo, hay dos cosas que prefiere aceptar sin desesperarse: la aseveración de Felipa acerca de que Aureliano y Magdalena son simplemente jóvenes amigos, y el completo desconocimiento que su patrón tiene sobre las intenciones del gaucho y su hija.
Así es don Ovidio.
Antes de dejar mal parado a alguien que ama, sacrifica su propia capacidad para solucionar problemas.
Arte difícil el de este hombre. Ciencia llamada paciencia o ciencia de la paz la que ejercita sin haberla aprendido en otro lado más que en su fe y en las raíces de su naturaleza honrada.
Nos causa enorme ternura cuando ayuda a Felipa a contener a Magdalena en la terrible crisis de angustia que atraviesa. Mayor ternura nos produce cuando se siente honrado porque su querida Felipa le tiene suficiente confianza todavía para incluirlo en los secretos de la familia…
“Creía que ya me había perdido toda la confianza…” le dice humilde y feliz cuando ella lo invita a tomar café a la cocina.
Hombre de sentimientos a flor de pecho y nada de orgullo.
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Ovidio con su familia vestidos de fiesta en el asado de las Patronales |
En todo momento sabe lo que sucede y nunca comete una infidencia o un acto impulsivo.
Cuando Aureliano va a pedirle ayuda para encontrar a Florinda que vaga perdida por los barrancos, Ovidio crece en nobleza ante nuestra mirada interior:
Aureliano es la causa de la desgracia de Magdalena, sin embargo, la vida de su mujer está en riesgo, y el capataz distingue perfectamente que su deber es ayudarlo, aunque sea enemigo de la familia.
Ovidio es un hombre con el corazón henchido de amor por su prójimo. No de sentimientos melosos. De amor puro, tan raro de encontrar como agua de vertiente.
Aunque la máxima altura de su amor, la descubrimos cuando matan a Felipa.
Ahí comprendemos que ella es el amor de su vida, y él no quiere la vida si ella no está con él. Aunque no sea su esposa, aunque no tengan relación más que el saludo y alguna conversación aislada. Su alma vive pendiente de lo que a ella le sucede y necesita.
El final de Ovidio es similar al de Romeo en la novela de Shakespeare.
Para dejar sellado que no sólo los jovencitos aman con la locura necesaria, y hasta la muerte.
Ovidio entrega su vida junto a la de Felipa, sin que eso tenga utilidad.
Su último acto nos dice cuánto ella significa en su corazón. Aunque parece una traición a su patrón. Un patrón que había dejado de merecer algún respeto al convertirse en un hombre iracundo, movido por despecho y amargura.
El homicidio que don Ovidio comete, lo sentimos casi como un acto de justicia.
No dejamos de percibir que no debió haberlo hecho. Pero tal vez sería exigirle demasiado a un hombre que durante toda su vida se comportó a la altura de las circunstancias.
O será que don Jacinto tuvo que encontrar la horma de su zapato.
Decía una viejita sabia que los pecadores tienen una misión en el mundo aunque no lo sepan.
Gracias, don Ovidio por demostrarnos que bajo la piel gastada y lo inconcluso de algunas relaciones, el amor perdura como una eterna llama votiva. Señal para los del Cielo y para los de la Tierra.
*Voz de don Ovidio en la Radionovela: Aldo Saldaña.
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