MANÓN y RIVERA

MANÓN

Su nombre verdadero es Marguerite Metivier y nació en una Casa de Tolerancia de Balvanera,  Buenos Aires, en 1890.
Es hija de la francesa favorita del sitio,  y del cafishio que la regenteaba: Don Pietro.
Marguerite Metivier

Con tales antecedentes, nada feliz pareciera haber en sus circunstancias.

Sin embargo, desde que conocemos a Manón, la escuchamos prudente, agradecida, con buenos modales y enorme amplitud para aceptar a las personas de distintos rangos sociales y diferentes orígenes.

Empezamos a ver que cualquier sitio del mundo, por más desgraciado que lo consideremos, esconde un trocito de luz, y nunca deja de ofrecernos algo bueno, si estamos desnudos de prejuicios.

Rivera observa que Manón es una persona libre de suposiciones negativas sobre los demás.
Seguramente, haber nacido en un ambiente donde no hay tabús sobre el sexo, le otorga una diferencia interesante sobre la mayoría de las mujeres de una época por demás prohibitiva con respecto a la expresión erótica. 

Los prejuicios que más pesan sobre las familias decentes, son, justamente, los sexuales, y en segundo lugar,  las suposiciones sobre lo que acarrea la pobreza y la pertenencia a ciertos barrios o sitios.

Es cierto que hay muchas posibilidades de que en una villa miseria,  en una pensión de señoritas que trabajan por hora, o en una casa de inquilinas que acompañan hombres solos, abunde la ignorancia, la grosería y la desidia.

Es sumamente probable, pero no es un valor absoluto ni fatal, que en esos sitios los seres humanos sean de segunda.
Ni estén despojados de su dignidad esencial, o no tengan inteligencia y ninguno haga nada por salir hacia otras maneras de vivir que imagina  mejores.

Sería tan absurdo como suponer que  una familia constituida con cierto orden social, que dispone de dinero, educación, salubridad, vivienda y reputación... ¡no tendrá más que felicidad, sabiduría, éxito y bondad entre sus integrantes!

Todos los días vemos que no hay reglas fijas.
Que los seres humanos poseemos una esencia que no siempre coincide con el ambiente en el que aparecemos en la existencia.

Porque la posibilidad del cambio, del resurgimiento, de la reivindicación y de la resurrección... ¡existe para todos!
Últimamente se llama a este fenómeno: resiliencia.




Cuando Manón ya tenía edad para empezar a atender clientes, su madre se la encargó a la esposa de un renombrado tenor de una companía de Ópera en gira por Buenos Aires.
Esto fue a  cambio de guardar el secreto de que tan famoso artista se había enfermado de gravedad mientras pernoctaba con ella en el burdel.

La madre de Manón vio la oportunidad en la oscuridad de la situación:
Un hombre casado y adinerado, son fama ante la sociedad, retozando con prostitutas francesas... se descompone a punto de morir y de quedar manchado para siempre su prestigio.

En medio de tan  grotesca eventualidad, la madre ve la posibilidad de obtener algo a cambio de su discreción: la salvación de su hija.
Eso es lo que pide a la esposa del tenor, tan europea como ella.

La mujer, agradecida porque la han mandado a buscar para socorrer a su marido, sin dar parte a policía ni hospitales, ofrece dinero.
La madre no acepta dinero. Pide que  costeen una educación para su hija.
Así es que Marguerite recibe, por medio de su madre, una senda distinta.
Así comienza su relación con el ambiente de la Ópera.
Se integra a la lírica compañía que desde Buenos Aires hizo gira por algunos países de América y terminó en Rosario.



Marguerite aprendió a cantar y  a actuar. Fué figurante, ayudante de vestuario y empleada para toda necesidad en el Teatro de la Ópera de Rosario, donde quedó efectiva como parte del plantel estable.

La primera Ópera en la que cantó entre las cantantes del coro que acompañaban a una gran estrella lírica, fue Manón, de Jules Massenet.



Tanto adoró ella esa obra, que el dueño del teatro don Luigi Carpentiero, empezó a llamarla por ese nombre.

Cuando Manón aparece en nuestra historia,  es la empleada de la Pulpería  de Punta Brava quien la encuentra tirada en el barro, junto a su bebé.
Esa es la primera vez que sabemos de ella.


Hacía días venía escapando desde Rosario con un frágil estado de salud.
Cayó de un carro que la  levantara por el camino y siguió a pie buscando a doña Carmen Gómez, con una carta de recomendación de un amigo influyente.

Sin embargo, al desatarse la fuerte tormenta, sobre la serranía, no puede seguir más.

Podemos suponer que habiendo visto la Pulpería de los Tancredi  en el cruce de los caminos, Manón quiso entrar a preguntar si alguien conocía a la tal señora Goméz, pero las fuerzas no le dieron para llegar.

¿Por qué escapó de Rosario? ¿Quién era su influyente amigo que le dio la carta?
¿Quién, la señora Gómez?
Son las mismas incógnitas que trata de develar doña Rosa Ugarte cuando la recoge y le salva la vida a ella y a su hijito.

Manón no cuenta demasiado.
Como las personas que huyen y no saben dónde puede ocultarse el enemigo, o el alcahuete.
Los cuidados desinteresados de los Tancredi y Florinda la animan a revelar de a poco, por qué llegó ahí en esas condiciones.

El padre de su hijo es el Dr. Ibarguren, hacendado y político rosarino,  con quien convivió durante doce años.
Escapó  del lujoso apartamento donde vivía con él, luego de una terrible discusión, en la que casi muere por los golpes recibidos.
El motivo fue que él quiso quitarle al bebé para que lo eduque su esposa legítima, en su residencia, junto con sus otros hijos.

Departamento donde vive con Ibarguren
Ibarguren asegura  que Manón no nació para ser madre, y que al niño, que lleva su mismo nombre y apellido, lo va a educar a su modo.

Postura que no admite modificaciones, según sus propias palabras, y que vino siendo el principal motivo de conflicto entre ambos.




Si nos situamos por un momento en la vida de Manón, comprendemos por qué después de doce años, se le activaron todos los instintos de liberación.

Quizá, lo que una mujer no hace por sí misma, lo hace cuando es madre.
Cuando conoce al pequeño ser que vino al mundo para recibir su cuidado y protección.

Si Manón pudo hacer esto, es porque tuvo una buena madre.
Una que hizo lo mismo por ella. Una que no la entregó a su cafishio, que no permitió que la vendieran, que acudió a toda su inteligencia para poder sacarla del ambiente prostibulario en el que la había tenido.
Que no se desanimó nunca para darle una vida mejor.

La “buena madre” guía a Manón desde su inconsciente, y tal vez, ¿por qué no? , desde el mundo espiritual.

¿Alguien puede determinar los alcances del amor?
Por lo poco que sabemos, es lo único que perdurará cuando todo pase, lo único que es eterno, lo único que no pasa jamás y que no lo destruyen ni el tiempo ni el espacio.

No es fácil de creer. Pero así lo aseveran quienes están más iluminados que la mayoría de nosotros.

Así lo cree sin titubeos Manón, cuyas plegarias entrañables en francés van dirigidas a su Mamam, en los momentos más difíciles.

Ibarguren comete semejante barbaridad porque quiere a Manón para él solo.

No la ve madre, la ve amante, y no está dispuesto a compartirla con  ningún niño y menos a que haga una vida familiar.



Ella es para viajar, lucirse, disfrutar de la vida y dar que hablar a la sociedad.
Supone que el modo sencillo de satisfacer todas sus pulsiones, es apartar al hijo que quiso tener con ella, para que vuelva a ser la musa inspiradora de sus valores estéticos y eróticos.

Grave escisión emocional la del doctor Ibarguren.
Típica de los hombres del siglo XIX y principios del XX.
Para ellos hay dos clases de mujeres: las que sirven para casarse y no dan problemas.

Las que quieren para acostarse y les reportan montones de dinero e inconvenientes.

Actualmente, muchos varones y mujeres nacen y crecen con ideas de esa categoría inculcadas por sus entornos familiares.
Hay que casarse con la pura y disfrutar con la pagana.

Menudo trabajo evolutivo que toca a los dos géneros de esta humanidad.
Varias culturas del mundo tienen valores sociales parecidos.
Otras, no.
Otras integran naturalmente la sexualidad a las personas, sin hacer de ella un estandarte de buena o mala calidad humana.

Complejo asunto, que no pretendemos resolver en esta página.

El tema que nos ocupa no es la escisión interna del doctor Ibarguren o de la élite argentina de los años ’20.
El conflicto en nuestra historia deviene de las consecuencias de ese modo de vivir las cosas.

¿Por qué un hijo es más de uno que de otro progenitor?
¿Quién   dictamina que una mujer no nace para madre?
¿Qué derecho tiene el padre de considerar que la mujer con quien tiene un hijo no es una buena influencia para la criatura? ¿O a la inversa?

Salvo casos muy evidentes que entran en la zona de la “salud mental”, lo demás, es sólo cuestión de idiosincrasia o hábitos culturales.



Si Manón nos lleva a estas cuestiones, sin dudas que no es una mujer estratificada en el 1920.
Es la imagen de tantos que actualmente sufren cosas parecidas.
Cada vez hay más juicios por la tenencia de los hijos.
Cada vez más división entre el tipo de vida que ofrecen a un hijo, cada uno de los padres.

Tal vez lo más sensato es dejarse guiar por la naturaleza y el sentido común.
Evitaríamos enormes errores.

Si Dios pone en manos de alguien a una persona que viene a este mundo. ¿Quiénes somos para decidir lo contrario?
Don Ibarguren, como tantos, cree que es alguien que puede hacerlo.
La filiación  de un niño,  es un tesoro que nadie derecho a arrebatarle ni bajo los más encomiables pretextos.


Manón, en su casi total indefensión, nos hace sentir la injusticia de los que toman titularidad unilateral sobre los hijos.

Aconsejado por Ester, en una noche oscura del alma, en que no logró conseguir sus objetivos, Ibarguren toma una criteriosa decisión de último momento:  proponerle a Manón irse juntos, con el hijo de ambos, a Europa.


Transatlántico Capitán Polonio. Buenos Aires - Hamburgo
Bien  por él, que demuestra un hilo de generosidad.
Aunque en realidad, ya era muy tarde.
No era posible porque Manón amaba a otro hombre, que jamás intentó separarla de su maternidad: el guapo Rivera.



Si Ibarguren hubiera escuchado el alma de ella rogándole quedarse con su hijo, con un poco de sensibilidad,  nunca se hubiera ido de su lado.

Que ésto nos valga como advertencia, porque a veces, como él, tenemos la ilusión de que el tiempo siempre estará de nuestro lado y somos tardos en recapacitar.

¿Cómo saber cuándo el reloj del destino está por dar la campanada?
Si somos testarudos y torpes, seguramente la rueda de la fortuna girará y quedaremos afuera de los que merecen algo.

Manón pasa por nuestra historia llorando y penando.
Pero al igual que Magdalena, nada diferente podía haberle ocurrido.

¿Cómo salir de ambientes de oscuro poder solamente porque ya no estamos a gusto?
¿Cómo abandonar relaciones cuando el otro nos considera de su propiedad?
¿Cómo disminuir  el despecho de un hombre poderoso que es burlado por su amante?

Si esto es poco probable hoy en día, ¿cómo esperar que lo fuera para una mujer sin familia ni fortuna en el 1920?

Manón tiene todos los motivos para padecer y temer.
Sin embargo, nada la vence del todo. Cada vez que está por admitir que no podrá seguir luchando, aparece en su vida Rivera.
Nada más impersonal que la primera defensa que el guapo hace de la vida de ella.
Ni siquiera sabía a quién tenía que defender.
La salvó de las manos del Choclo porque Rosa Ugarte le pagó muy bien para que lo hiciera.
Después, ya fue otro cantar…


La relación entre Rivera y Manón está propuesta por el destino. Ninguno de los dos pensó en enamorarse. Bien ocupados que estaban con difíciles asuntos.

Sin embargo, como siempre ocurre con los amores apasionados, las cosas caen por su propio peso, y ninguno de los dos quiere salirse de la situación, por embrollada que sea.

Tal vez una de las escenas más sutiles y bellas en la vida de ambos es la conversación breve que tienen después del  asado, en el rancho de la Dorita.

Todo lo que ocurre después, aún los acontecimientos más espectaculares, como persecuciones, tiroteos y  bailes enmascarados… deviene del diálogo simple, bajo la noche estrellada, solos en la cumbre de la sierra:





- Es un hombre muy valioso, Rivera.  No quisiera que lo maten.
- No les voy a dar el gusto. Dormiré afuera por si se acerca alguien.
   Descanse tranquila.

Gracias, Manón por darnos un ejemplo de mujer que “a Dios va rogando y con el mazo dando”.
Gracias por hacernos ver que no importa de dónde hayamos venido, nuestras vidas tienen inmensas posibilidades de superación.
Gracias, por no buscar en sus sufrimientos, excusas para  cerrarse al amor.

Que en el milagro de amor que ella recibe de la vida, todos podamos ver que hay uno esperando por nosotros.

* Voz de Manón en la Radionovela: Norah Llanes.



RIVERA

El guapo Rivera es el héroe de la historia.
Menos espectacular que El Zorro, más real que Batman  y tan noble como Enrique de Lagardéré.

Siempre defendiendo mujeres en peligro, y los derechos de los oprimidos.

Una novela no es romántica si no tiene un personaje así.



Con una libertad envidiable con respecto a rígidas creencias, se muestra siempre soltero de cualquier posición extrema.

Libre por naturaleza y por educación.

Ni  tan quedado como un gaucho, ni tan creído como un porteño, ni tan ateo como un comunista, ni tan zonzo como para que Manón le pase por la vida, y no detenerse un minuto a sopesar las cosas.

Es la casita de Villa Linda la que guarda los secretos.
Allí asistimos a los primeros diálogos de amor entre él y Manón cuando él decide cambiar de vida.

Al igual que los verdaderos caballeros, cada vez que se acerca a una mujer, todos creían que iba a enamorarse y a tener una relación con ella: especialmente con Rosa Ugarte y con Nina.

Tan inusual su trato respetuoso y delicado con todas ellas. 



Lo más destacable de Rivera es su rapidez en la acción y su inteligencia. Siempre resolviendo situaciones dificilísimas sobre la marcha y en condiciones adversas.

Lo que admira en él, es cómo utiliza a beneficio de nobles objetivos las características de las personas que va conociendo.

Nadie le pasa inadvertido en sus dones. Posee un registro excepcional de las capacidades de los otros. Por eso sabe a quién buscar cuando hay que solucionar problemas.

Acostumbrado a transitar el campo y la ciudad, la pulpería y el puerto.
Conoce gentes por todas partes y va tejiendo sus planes con colaboradores voluntarios y capaces.
Buena estrategia vital.

Aunque no siempre consigue la templanza necesaria para tantos ajetreos.

¿Querrá estar tranquilo?
No lo creemos. Ni Manón lo cree del todo.

Lo que él asegura es que seguirá trabajando por sus ideales y por su partido socialista...
Aparentemente lo único que dejará son los tiroteos y las peleas de cuchillo con los matones de los conservadores.

Tendremos que seguir la historia para saber si lo consigue, o si lo dejan.



Decíamos que sabe a quién buscar según la situación que haya que resolver:
Cuando el gaucho Lucero se le retoba entre la paisanada, lo elige como líder del incipiente grupo para reunirse y organizarse en un sindicato.

Cuando se queda solo con el bebé de Manón y Rosa Ugarte no está disponible, enseguida va al peringundín de doña Carmen y consigue la ayuda de Nina.

Se embarca con ella en el tren de primera clase hacia Buenos Aires, y viajan como primos, con el niñito que ya figura con el nombre de Manuel Estévez hijo, según el certificado que le extendió la policía luego del robo en Villa Linda.


Estación central de Retiro
Buenos Aires

Cuando llegan a Buenos Aires con Nina y el bebé, y el Choclo los ubica, el hotel de unos españoles amigos les viene como anillo al dedo para ocultarse y huir en el camión de ellos, sin ser vistos.

Cuando tiene que ir a impedir que asesinen a Ferrasano, se lleva consigo a Cervando para que haga el papel de mediador más que necesario en tal intrincada ocasión.

Cuando la ayuda disponible no depende de sus relaciones e inteligencia, el Cielo se la brinda: como sucede cuando se lo llevan al comisario Algañaraz antes que dárselo a Ibarguren, que lo iba a pasar a degüello.

Sindicato de Obreros en 1920
En fin, parece que cuando hacemos cosas para bien de otros, sin intereses mezquinos de por medio, el universo  interviene a nuestro favor.
La lámpara de las buenas obras se enciende de repente, con el combustible que en horas oscuras de sacrificio y generosidad  le hemos destinado.

Rivera es un excelente ejemplo para seguir en estas épocas de valores desdibujados, débiles o ignorados.
¡Tanta falta que nos hacen los héroes de cada día!

Es seguro que en los caminos del mundo hay muchos, aunque no los reconozcamos a primera vista. Porque siguen siendo humanos.

Cuando tiene que esconder a Nina y el bebé lejos del centro de la ciudad donde El Choclo ya sabe de su existencia, es admirable el recurso de pedir ayuda a un orfanato de religiosas  cerca del Mercado de Liniers, donde él se hizo como hombre de actividad política, y por lo tanto de trabajo social.

Cuando elige a alguien tan fuera de su oficio como el músico Augusto Maurage, para
Llevar a cabo una misión que nada tiene que ver con una orquesta. Pero es clave para acercarse a Leopold Fodéré, en el aristocrático Club de Buenos Aires.

Cuando lo persiguen por la serranía y necesita un sitio donde parar, recuerda a una familia que le refiriera un amigo suyo, ingeniero inglés de la Mina de las Águilas…

Amigo de extranjeros y criollos, de trabajadores pobres  y de nobles ricos.
Amigo del bien de las personas.

Inmigrantes recién llegados en galpones del
Puerto de Buenos Aires
¡Ni la Dorita queda sin recibir sus beneficios! Ya que le arregla las puertas y las ventanas desvencijadas del rancho.

Rivera no es como es porque es socialista, o criollo.

Nadie es como es por ser budista, médico, misionero o policía.
Más bien son los sectores ideológicos los que se benefician con la calidad de ciertas almas que los transitan.

Rivera es así porque su alma comprendió una gran proporción de "para qué estamos en la vida".
Eso sí se lo debe a sus padres, sabios trabajadores  rurales y al Senador Lafuente.

Casa del Senador Lafuente
Pero poco importa a quién le debemos la enseñanza.
Lo importante es tomarla y llevarla a la práctica con la fuerza de quien ha comprendido.

Al comienzo de la historia, se  lo describe al guapo vestido de negro.
Esta es tradición de los hombres llamados “compadres”, trabajadores incondicionales a favor de los hombres de Ideas a quienes prestan su servicio.

Según Horacio Salas, en su libro El Tango, ellos vestían así como símbolo de su estrecho parentesco con la muerte, que  los rondaba a cada paso de sus arriesgadas vidas.



Los compadres, nada tenían que ver con los “compadritos” o “malevos”, más bien pendencieros y sin tanto honor.
Los compadres, clase a la que pertenece Rivera, eran hombres que no se casaban para no dejar viuda a ninguna mujer.
Tal vez nos cueste entender qué tipo de personas aceptan estos términos para sus vidas, pero aunque no sean la mayoría, es posible acercarse un poco a sus motivos.
Dársena de cargas en el Puerto
de Buenos Aires, en 1920
En un momento de intimidad, en el que  Rivera no sabe cómo expresarle a la que ama, el desafío que representa para él decidir una vida junto a ella, Manón lo compara con algunos sacerdotes, que deciden no casarse, privilegiando sus actividades.
Nada más simple, ni más sujeto a modificaciones según las circunstancias.


Don Rivera se aviene a amar a una mujer que  tiene las mismas características que la tierra latinoamericana por la que él lucha: perseguida, oprimida, despojada de derechos básicos: tal era el estado de Manón al conocerla.

La suerte de Rivera, ágil escucha de las señales de la  vida, es que tuvo tiempo para decidir detenerse.
La voz de su madre, en el recuerdo, se lo hace presente en un momento clave… “¿Hasta cuándo va a seguir corriendo, m’hijo? ¡Pare, antes que el destino lo pare a usté!”
Y Rivera se detiene. Termina lo que tiene que hacer y ya no vuelve a tomar responsabilidades del mismo tenor.

Manuel Estévez, la otra identidad de Rivera
Es éste otro ejemplo interesante que nos conviene no perder de vista: parar a tiempo. En lo que sea que fuese necesario. Abrir los ojos, la mente, el corazón, y tomar nuevos rumbos.


 Gracias, don Rivera, por demostrarnos que por más importante que sea un trabajo, nadie es indispensable en este mundo. Nada es irreparable y ninguna presencia humana es insustituible en una actividad, por más vital que parezca.

Este concepto es, precisamente, lo que marca la diferencia esencial entre vocación responsable y  fanatismo.

Gracias, especialmente por hacernos soñar que hombres como usted, se cruzarán en nuestro camino.

Donde sea que estén los nobles héroes de nuestra historia, guíen nuestros ideales hacia el Bien, la Verdad y el Amor.

* Voz del Guapo Rivera en la Radionovela:  Enrique Sueldo.





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